La vida es así. Nos equivocamos una y otra vez, algunas veces aprendemos, otras no.
Medimos la vida en años, en cosas, en objetivos cumplidos, en cosas realizadas, … en tantas cosas superfluas. Pero nos equivocamos. La vida no se puede medir.
La vida se experimenta, con sus alegrías, sus tragedias, su intensidad, su tristeza, … Lo que nos toque vivir debemos afrontarlo. No hay otra opción, salvo que elijamos auto engañarnos, fingir, huir,… Todas ellas soluciones temporales que parecen resolver algo, cuando en realidad no arreglan nada, lo agraban.
A veces la vida es muy dura, tanto que pensamos que no podremos seguir, tanto que algunos se quedan anclados en ese sentimiento, aumentando su sufrimiento.
Hay tantas cosas que no entendemos. Apreciamos tantas injusticias en este mundo, que nos rebelamos, nos enfadamos, incluso luchamos contra todo, también contra nosotros mismos. Otras veces nos hundimos en la desesperación.
En determinados momentos no hay palabras que ayuden. Nos sentimos impotentes, tristes, solitarios. Pero una llamada, una mano amiga, un gesto, nos consuela, nos da la energía para aguantar.
En esta vida hay de todo, momentos y situaciones maravillosas, increíbles, también todo lo contrario. La única opción que nos queda es aceptar lo que nos llega, disfrutar al máximo, mirar al mundo con compasión, sobrellevar lo mejor posible los problemas, dar gracias por la vida, permitirnos estar tristes pero no mantenernos en ese estado, avanzar, aprender, aportar bondad y belleza… Pero sobre todo nos queda amar, a nosotros mismos, a los otros seres, al universo.
Si hubiera una forma de medir la vida sería por el amor que hemos dado y por el agradecimiento por el amor recibido.